—Buenas. Yo venía a ver si me puede meter usted en la lista que hay ahí afuera.—me dice un señor justo al entrar a mi librería, sin ni siquiera haber bajado los dos escalones de la entrada.
—¿En la lista de fuera? Ah, ya, para asistir a una tertulia…
—No, no, para estar entre los escritores que presentan libros.
—¿Es usted escritor?
—Sí, sí, claro, por eso se lo digo. Tengo un libro publicado.
Primer peligro:
Tener un libro publicado = Creerse Escritor
—Ah, pues muy bien.
El señor, de unos 70 años, bajito, rollizo, continúa con su petición mientras su mujer (supongo) espera en un segundo plano, paciente, con una bolsa de compra que ya ha depositado en el suelo, prueba de que no es la primera vez que ocurre este lance.
—Sí, como le iba diciendo, tengo un libro publicado y quiero hacer la presentación en su librería.
—Bueno, he de decirle que yo no hago presentaciones. Lo que hago son encuentros literarios con escritores para charlar con ellos sobre su obra. Los asistentes acuden con el libro comprado y leído y así me aseguro que haya un acto fluido y ameno. Y las tertulias no son en la librería sino en un salón grande, para unas 60 o 100 personas… —digo mientras veo se le iluminan los ojos.
—…que han comprado mi libro.
—Sí… que han comprado previamente, y se han leído el libro. Las presentaciones son frías y muchas veces el autor firma a lo sumo media docena de obras, lo cual es un fiasco y una desilusión terrible.
—Pues si me puede apuntar…
—Vamos a ver, ¿qué editorial ha publicado su obra?
—Tulibroya. Una editorial de Madrid.
—¿Tulibroya? ¿Existe una editorial que se llama Tulibroya? No la conozco…
—Sí, es una editorial, ¡claro!
—¿Por casualidad ha tenido que pagar usted la edición del libro?
—¡Pues claro! ¡Cómo si no me van a publicar un libro!
—Pues interesándose la editorial por su obra y firmando un contrato con ellos, pero sin soltar usted dinero por adelantado.
—¿Existe eso?
Estado de hecatombe y derrumbe.
—Claro que existe. Todos los escritores que traigo han publicado obras en editoriales que no les han cobrado por ello. Y además gozan de distribución en librerías, para poder dar a conocer su obra. Y a la vez rentabilizarla.
—Es que esa es la cosa. He invertido el dinero que me dieron para la jubilación en la edición de mi obra, que no se crea, tiene casi 800 páginas, es un buen libro. Y tengo que recuperarlo. La casa la tengo llena de libros por todos lados. Y tengo que venderlos
La mujer mira hacia el cielo con ojos de paciencia infinita. Me imagino el teatro familiar ante la carrera de escritor del marido. Y me imagino el contenido de esa bolsa a sus pies, una bolsa de El Corte Inglés de las de navidad, de esas que arrastran los mendigos de una esquina a otra con sus pocas pertenencias.
—Por cierto, ¿de qué trata su novela?
—No, no es una novela. Es un ensayo histórico sobre mi pueblo, sus orígenes, importancia en la comarca e historia. Un pequeño pueblo de Albacete.
—Bueno, eso aclara algo las cosas. Nunca hago tertulias sobre ensayos, sólo sobre novelas, vamos, sobre narrativa de ficción. Y no de toda.
—¡Pues haber empezado por ahí! Si no desea hacer la presentación de mi obra me lo dice al principio y acabamos. No es necesario que me haga perder el tiempo con historias. Adiós muy buenas.
El buen hombre, de atareada existencia según puedo deducir, comienza a andar a paso ligero sin esperar mi despedida. Mi cara de perplejo no da más de sí mientras veo al “insigne escritor” alejarse por la calle a buen paso, seguido de su sufridora esposa con la bolsa llena de biografías de un pequeño pueblo albaceteño que, por mi culpa, seguirá quedando en el olvido.
Jajaja. Fantástico. Y me parece que es un caso real, ¿no?