El pasado día XXXX terminó en Bilbao una de las ferias a las que tengo mayor querencia “la Feria del libro usado”. Pasearse por los tenderetes, repletos de libros, husmear, que tu pituitaria recoja el olor de las páginas, a veces mancilladas por manos indebidas, las portadas obsoletas pero maravillosas, las columnas de libros de diferentes formas y tamaños… hace que broten lágrimas de placer.
Mi ánimo era comprar un montón de libros. Pero solo me llevé a casa uno. Uno maravilloso. Uno que hablaba de una historia del Norte de España. Del Norte profundo. Una novela, que yo había visto en mis mocedades, televisada, cuando la televisión pública podía llamase precisamente televisión pública, y que había retenido en mi memoria desde aquellos tiempos pretéritos.
“La vida era implacable, justiciera y terrible, no la muerte…”.
Viento del Norte, sencillamente me ha dejado hundido en la placer de la literatura, reencontrarme con las ganas de devorar una novela, una buena novela. Nos habla de la vida, tan fresca ahora como cuando Elena Quiroga (1921-1995) la concibió y que fue justamente galardonada con el premio Nadañ de 1.950.
Viento del Norte, (que más que Viento puede ser un huracán de cosas que ocurren desde el momento cero, nos narra la vida en un Pazo de buen ver, en tierras Gallegas y nos inunda de los sentires y formas de ver la vida de dos mundos tan opuestos como el mundo del servicio (encarnado este por la inolvidable Ermitas y Marcela) y el de los amos (Álvaro y su familia). Los tres personajes: Marcela, Álvaro y Ermitas, nos arrastran en sus vicisitudes, penurias y andanzas, por una alfombra de sentimientos y paisajes, que estás viendo, oliendo mientras lees y desde luego han pasado a formar parte de mi santuario especial de personajes de novela. El léxico que emplea Elena Quiroga, la forma de dar psicología a estos personajes que los dota de carne y hueso, sus diálogos coloquiales, elegantes al mismo tiempo, hacen que Viento del norte , sea eso, precisamente una bocanada de viento fresco del Norte, que nos abre el espíritu y nos reconcilia con la vida presente.
“Carpe Diem”,
Cesidio Niño.