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Mis críticas: El infinito en un junco

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El infinito en un junco
Irene Vallejo
Siruela Ediciones
450 Páginas
24,90 €

Si he de recomendar un libro a un lector, un solo libro que llevarse a esa isla desierta que todos tenemos en mente, ese sería El infinito en un junco, de Irene Vallejo.

Una historia
Hace muchos años, en mi incipiente adolescencia, caí en la Escuela de Caminos, Canales y Puertos, para estudiar una carrera para la que, según mis profesores de bachillerato, estaba más que dotado. Y tenían razón. Las matemáticas se me daban muy bien, algo que no ocurría con la literatura. La razón fue, como lo es casi siempre, los profesores que nos tocan en nuestra infancia y juventud.
Don Pedro, mi profesor de matemáticas, era un funcionario de prisiones aficionado a jugar con los números, una persona volcada con la geometría y con el dibujo técnico. Su forma de enseñanza era que cada uno de sus alumnos fuera profesor de cierta lección para los demás compañeros. Con ello nos metíamos de lleno en materia y, ahora que se lleva tanto, perdíamos el miedo escénico a exponer temas, algo que, según nos repetía, nos vendría muy bien en los años universitarios y en la vida. Como así fue.
Don Francisco, mi profesor de literatura, era un gran estudioso de la lengua y de las obras de los escritores, además de un buen historiador. Pero…, no era un gran comunicador. Sin saber la razón exacta en aquellos tiempos, comencé a coger tirria a esa materia. Y dejé de leer.
El tiempo quiso que, unas decenas de años más tarde, regentara, contra toda congruencia, una pequeña librería en la que me dedicaba, y a la hora de escribir estas líneas aún continúo con esa labor, a asesorar a lectores sobre las bondades de ciertas obras. Es un oficio difícil en estos tiempos que corren pero, también hay que decirlo, muy placentero.
Hace diecisiete años, paseando por la Feria del Libro de Madrid, descubrí a lo lejos, dentro de una caseta, a Ángel Jiménez, un antiguo compañero de mi escuela universitaria que no aguantó más que un año. A pesar de su corta estancia, y debido a aficiones mutuas, trabamos una gran amistad. Amistad que se cortó de repente tras su huida en busca de otras profesiones. Ahora era un pequeño editor, ya que había sucumbido, como yo, al embrujo de los libros. Él ha sido el que ha publicado mi pequeño libro de anécdotas y el artífice de que vea la luz una próxima novela.
Conclusión: los libros y el amor a los libros unen más que la sangre y las creencias.

La vida es eso que transcurre mientras devoras libros.
Ese pudiera ser el equivalente en mi caso a la famosa frase que circula por todas las redes.

El infinito en un junco es, quizás, la más bella obra que puedas leer en estos momentos.

Irene Vallejo, con su increíble capacidad para crear historias, nos narra, una tras otra, engarzadas como si de un collar se tratara, perlas de la historia antigua y actual con el nexo, el hilo común, de la lectura y los libros.
Nos habla de Gerald Durrell y de Alejandro Magno; de las pequeñas librerías del mundo y de la gran biblioteca de Alejandría; del Decamerón de Petrarca y de El lector de Schlinck; de la creación de los libros y su destrucción, de Eróstrato, el primer youtuber de la humanidad, y de La librería ambulante de Penelope Fitzgerald; de Aristófanes, juez en un fallo literario con farsantes copiando versos de otros autores, y de los orígenes del pergamino, nacido en la ciudad de Pérgamo; nos habla de libros y librerías…

Los libros tienen voz y hablan salvando épocas y vidas. Las librerías son esos territorios mágicos donde, en un acto de inspiración, escuchamos los ecos suaves y chisporroteantes de la memoria desconocida. (p. 315)

Irene Vallejo es la mejor fabuladora de nuestros días. Después de sus dos soberbios libros Alguien habló de nosotros, un aperitivo de este que ahora tengo en mis manos, y El silbido del arquero, la demostración de que la Eneida es tan actual y amena como cualquier otra obra escrita en nuestros días, nos ofrece una obra de la que es imposible que el lector se desprenda. El infinito en un junco es un ensayo sobre el origen de la escritura y los libros que es, además, una de las mejores obras de historia narrándonos, con un estilo increíblemente ameno, sencillo y depurado, cientos y cientos de anécdotas y hechos. De hecho este libro, al igual que a Calímaco le ocurrió hace siglos en una deliciosa anécdota que nos cuenta la autora de esta obra, es un texto que no sé bien en qué estantería colocar. Es una obra amenísima y que causa adición, por lo que la colocaría en novela. Pero también es una colección de anécdotas de personajes históricos, por lo que muy bien encajaría en el estante de libros de Historia. Aunque es, a la vez, un ensayo, lo que me obligaría a poner en la balda superior de ensayos…
Una cosa tengo clara, todos los amigos de la librería van a acabar leyendo esta deliciosa y singular obra que atrapa desde el momento en el que lees las primeras líneas de su primer capítulo.

Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) estudió Filología Clásica y obtuvo el doctorado europeo por las universidades de Zaragoza y Florencia. En la actualidad lleva a cabo una intensa labor de divulgación del mundo clásico impartiendo conferencias y a través de su columna semanal en el diario Heraldo de Aragón. De su obra literaria destacan las novelas La luz sepultada (2011) y El silbido del arquero (2015), la antología periodística Alguien habló de nosotros (2017) y los libros infantiles El inventor de viajes (2014) y La leyenda de las mareas mansas (2015).

El infinito en un junco es una obra maestra de la literatura para todo tipo de lectores.
El mejor libro de este año, sin duda.