La crónica de una fascinación
Pier Paolo Pasolini (Editorial Península)
Traducción de Atilio Pentimalli Melacrino
122 Paginas – 15 €
Cada vez que en la India se deja a una persona, se tiene la sensación de estar dejando a un moribundo a punto de ahogarse entre los pecios de un naufragio. No se puede soportar largo tiempo esa sensación: a esas alturas todo el recorrido de la India a mis espaldas estaba sembrado de náufragos que ni siquiera tendían las manos hacia mí.
Todos los que hemos estudiado en la universidad en los años 70 tenemos un conocimiento bastante certero de lo que significó para el cine y las artes la figura de Pasolini. Ese iconoclasta que arrasó con todo y cuyas películas contaban con mayor cantidad de sentimiento y visceralidad por fotograma que ningún otro de sus coetáneos. Por ello, al asomarme al libro de Pier Paolo Pasolini acerca de sus vivencias en este país, uno se prepara para un aluvión de sensaciones como ningún otro escritor puederk plasmar.
En el año 1961, Pier Paolo Pasolini se embarca en una aventura existencial junto a su camarada Alberto Moravia y la amante de este último en esos momentos, Elsa Morante. Los diferentes derroteros que toman a la hora de plasmar sus vivencias en estas tierras están recogidas en dos libros de visiones encontradas, como dispares eran sus vidas y sus pensamientos.
El olor de la India, a pesar del título, no es un libro de sensaciones olfativas. Salvo las alusiones a los pútridos olores que flotan en la mayoría de los parajes que recorren, el libro indaga sobre las sensaciones internas del cineasta a la hora de escabullirse por callejuelas y plazas escondidas. Si bien India puede haber cambiado en estos cuarenta años que median entre la escritura de esta obra y los tiempos actuales, según experiencias de amigos y clientes la vida de sus habitantes sigue siendo la misma. Y Pasolini, a contracorriente de lo que suelen aconsejar los guías de turismo, se adentra a través de sus más míseros barrios para encontrar la verdadera mirada de sus gentes.
Verdad es que los indios nunca están alegres. sonríen a menudo, es cierto, pero se trata de sonrisas de dulzura, no de alegría.
Pasolini, hombre y demonio, se entremezcla con vendedores, con niños desnutridos, se aleja por veredas encharcadas, transita entre orines y heces de vacas, busca la luz que a lo lejos divisa, se deja seguir por personajes sospechosos y, en casi completa oscuridad navega a la deriva, buscando sensaciones profundas. Encuentra vacas desnutridas en medio de calles, ancianas casi desnudas agonizando en zócalos de casas – si así se pueden llamar esos chamizos en los que se reúnen aquellos que las poseen, a dormir- y vaga tratando de encontrar ese ángel de mirada limpia y sonrisa en la cara que le redima de tanta monstruosidad. Y lo encuentra. Revi, un jovencito de tez oscura y rasgos angelicales, con esos mismos rasgos cautivadores que al poco tiempo, esos mismos rasgos, en otros cuerpos salvajes, en Italia, le cobraron el peaje de la vida, Y lo da todo por él. le busca cobijo, le mantiene y se enamora perdidamente. Bueno, eso no lo pone en el libro…
Una obra que ahonda en lo más humano del país y en aquello que más nos toca en la fibra sensible. Quizás pueda ser una de las mejores obras para prepararse a lo que nos espera en el momento de pisar esas tierras de miseria y redención. Una obra triste y desasosegadora pero que, a pesar de esa carga de hundimiento personal, tiene unas páginas finales en las que se reconcilia con todo ello. A orillas del Ganges, en Benarés, compartimos calor y cobijo, al abrigo de las piras funerarias, con las modestas familias que todo nos dan, sin tener nada: “Nunca, en ningún sitio, a ninguna hora, en ningún acto, hemos experimentado un sentimiento tan profundo de comunión, de tranquilidad y casi de júbilo a lo largo de toda nuestra estadía en la India”.
A final de obra se nos regala una entrevista con Alberto Moravia, en la que se trasluce las francas diferencias de ellos dos a la hora de atestiguar sobre lo visto y lo sentido. En unos días os escribiré la crítica de la obra de este otro escritor y que es, en sí, como la cruz de la moneda de la obra de Pasolini.