Los tiburones sólo mueren cuando dejan de nadar. Esa es una de las enseñanzas que aprendí de los documentales de La 2, y de la película Tiburón, aunque ahí el bicho parecía inmortal. Con esta máxima en mi vida he ido nadando por las corrientes académicas, surcando ciclos de licenciatura, esquivando las olas de un máster para darme cuenta que he terminado varada en el mar de Infojobs. Quizá debería explicarle al mundo que no sé nadar.
Marta García Aller también esta en el mismo mar, según leí hace unos días, un currículo de esos que dan miedo y envidia a la vez colgado en un buscador de empleo que siempre te cuela ofertas de tornero fresador o carretillero aunque estés en la sección de Educación y Formación. Podría repetir el currículo de esta chica pero es más fácil leerlo en la contraportada de su libro. Sólo tiene 3 años más que yo, 28 primaveras y un coco para cinco idiomas, dos carreras y una especialización en Siena de un máster que hizo en Bath. Además el coco le da para haber sido corresponsal en no se dónde y editora en vete tu a saber cuántas revistas y redactora de la agencia ¿? Pero no nos confundamos, hace traducciones, bucea por Infojobs y de vez en cuando escribe cosas como La Generación Precaria (Editorial Espejo de Tinta, 2006).
La única expresión que salía de mi mente y de mi boca era que este libro contaba “verdades como puños”, y eso cuando llevaba 124 páginas, 8 posit y 40 párrafos subrayados. Terminaba un capítulo y gritaba que estaba hablando de mi vida. Chillaba que era ESO lo que realmente pasaba, me identificaba con los protagonistas anónimos que contaban sus experiencias, con el chico que tiene un máster y es taxista porque juró no volver a trabajar por 300€ al mes, con la italiana que no quiere dejar de ser ella para poder estar en un trabajo mal remunerado en el que inviertes toda tu vida y que no te llena pero es lo único que hay. Me indignaba cuando explicaba el timo de la estampita que resultan ser las becas de la ONU o la OTAN en las que no van a pagarte pero por las que deberías estar agradecido si te cogen, por esa gran oportunidad que es compartir ascensor con Kofi Anan o Angelina Jolie.
La generación mejor preparada de la historia, así nos define a esa franja de licenciados, sobrelicenciados postgraduados y con idiomas que sólo pueden aspirar a ser becarios, la mayoría de las veces explotados por 300€ (o menos) y a jornada completa o a trabajos que no tienen nada que ver con lo que hemos estudiado pero en los que no llegamos al salario mínimo interprofesional.
Pero deberíamos estar agradecidos porque nos dan la oportunidad de aprender una profesión, porque en sus tiempos a ellos no les pagaban ni un duro y tenía que compaginarlos con trabajos de noche, etc, etc. Claro, ahora mismo sólo queremos que nos den dinero sólo por ser jóvenes, no nos interesa el esfuerzo ni el aprendizaje, queremos que nos lo den todo resuelto, no queremos irnos de casa ni atados, sólo queremos el dinero para caprichitos y no tenemos ni idea de lo que significa la palabra ahorro. Somos unos privilegiados y no nos damos cuenta.
Sí, somos unos privilegiados porque hemos tenido la oportunidad de estudiar lo que hemos querido, en algunos casos, seguimos estudiando después de la carrera y planeamos seguir estudiando para poder ser mejores, más competitivos y más fuertes. El conocimiento es poder, escuché decir en una película. Pero no es trabajo, no es oportunidad, no es recompensa, no es libertad, no es independencia.
A veces me pregunto si las cosas no hubieran sido diferentes si no hubiera entrado a la universidad. Podría haber hecho un módulo y llevaría 5 años trabajando sin parar, ahorrando, con coche, con entrada para piso e hipoteca, quizá podría pagarme un Ipod de esos tan chulos y que todo el mundo lleva. Me pregunto si esa voz maligna (que se parece increíblemente a la voz de mi madre) que me susurra al oído que lo deje todo y me haga electricista no tendrá razón.
Nos prometieron el oro y el moro si hacíamos una carrera, y mucho más si hacíamos un máster. Todo eran piruletas y caramelos en nuestro futuro, un coche, un piso, un trabajo “de lo nuestro”. Conocíamos la maldición de las carreras de letras pero confiábamos en un doctorado, en un máster de especialización y creíamos que con esfuerzo y dedicación, encontraríamos el Dorado a la puerta de casa.
La realidad, que Marta ilustra con datos, estudio y encuestas, es que los jóvenes licenciados con postgrados e idiomas no encuentran trabajo y si lo encuentran no les da ni para el abono transporte (pero no el abono joven sino el que cuesta 62,70€, el de persona mayor, ¿eh?). Siempre viviendo el ahora y sin posibilidad real de futuro. Nos hemos vuelto más elásticos, versátiles, hacemos de todo, cómo sea y dónde sea. Pero siempre nos queda la esperanza de mejorar, de dejar de ser becarios y comenzar a cotizar a la Seguridad Social para que el día de mañana tengamos derecho a una jubilación honrosa.
Nosotros hemos cumplido con nuestra parte del trato, ¿ahora qué? Ese es el último capítulo del libro de Marta García Aller. Esa es la pregunta que nos hacemos cada vez que terminamos una beca, un máster o un mal llamado “trabajo”.
Recomendar este libro está fuera de toda duda, es justo y necesario, es la realidad existente fuera de cualquier cuestionamiento. Quizá resulte excesivo convertirlo en una Biblia personal o en un libro de culto pero sí es un libro global. A mi modo de ver no es exclusivo de gente joven, quizá fuera útil que lo leyeran padres, profesores, jefes, “los mayores”, esos que nos miran sin saber qué somos ni a dónde vamos. Señor, eso no lo sabemos ni nosotros.
Carmen Lizcano