La experiencia del Monasterio de Köya-san ha sido una de las sorpresas más satisfactorias de todo el viaje.
El viaje incluía una visita al Monta Köya en el cual nos alojábamos en un monasterio. Este era el Monasterio Köya-san, un grupo de templos entre un bosque de grandes árboles. A este paraje llegó el monje Kükai, también conocido como Köbö Daishi y perteneciente a la familia de los Saeki, alrededor del año 800. A partir de sus conocimientos confucionistas y con las doctrinas aprendidas en un viaje a China, creó una rama del budismo contemplativa basada en la lectura de mantras y mandalas. Este budismo esotérico, con el nombre de escuela Shingon, es el que en estos momentos rige la forma de vida de este monasterio.
A este conglomerado de recintos espirituales llegamos a media tarde y al momento nos hicieron pasar a nuestras estancias para ponernos cómodos. Si digo que cada estancia era más amplia que muchos apartamentos de última construcción no miento. No había baños dentro de las habitaciones, bien es cierto, pero ni hacía falta ya que los servicios sanitarios y de higiene estaban por todos lados y bien accesibles. Hay que ponerse el jucata para ir por las estancias y adentrarse en las zonas de baños. Y para estar dentro de los sanitarios hay que dejar las getas, zapatos que acompañan la vestimenta de estos recintos, a la puerta y calzarse unas sandalias especiales para entrar en ellos.
La visita a este monasterio nos da pie a tener una cena propia de las películas japonesas de época que ni se nos podía pasar por la imaginación. Un salón repleto de tatamis y cojines en donde arrodillarse y poder comer de las cuatro mesitas lacadas con incontables recipientes de todo tipo con infinitas variedades vegetales -la dieta del monasterio es vegetariana- y sus deliciosas cremas nos esperaba al abrir las puertas de papel de arroz. Un
recuerdo para no olvidar. El desayuno fue de igual manera. Pero entre ellos, poco antes del amanecer, a las 6 de la mañana, me esperaba algo inaudito. El poder participar de los ritos budistas de recitación de los mantras de la mañana en el templo adosado a las estancias como uno más del monasterio. Los sonidos de los instrumentos que tocaban los monjes, las luces que poco a poco se iban filtrando por las ventanas y los olores de los inciensos que íbamos arrojando los presentes en los pebeteros me trasladaron a otros espacios menos terrenales. Fue una experiencia inolvidable y que quedará grabada en mi mente para el resto de mi vida.
Al acabar la ceremonia me invitaron a conocer el templo por dentro y todos sus tesoros. Íbamos caminando por
sus entresijos, rodeados de innumerables deidades de su religión, con la poca luz que se filtraba entre las figuras y entre las múltiples telas que recubren las estancias, haciendo ofrendas de incienso en los múltiples pequeños altares que lo pueblan. Y descubriendo ofrendas en forma de alimento, naranjas en su mayoría, en varios de ellos. Ello se debe a la creencia de que el monje Kükai sigue vivo en el lugar donde reposan sus cenizas y vuelve de vez en cuando a por alimento.
Después pude disfrutar del gran jardín zen que lo preside desde una tribuna balcón y apreciar las perfectas formas geométricas que lo decoran así como de las diferentes arenas, gravillas de colores, rocas y árboles que lo circundan. La vista se queda clavada en él y es imposible dejar de admirar la belleza de su diseño, que torpemente se puede apreciar al ver las fotos. Cabe destacar la variedad de “canalones” de bajada de agua con muchas formas y diseños, hechos expresamente para oír la musicalidad de la caída gota a gota del agua y evitar salpicaduras y erosión en los suelos. Otros jardines de piedra y árboles jalonan cada rincón del monasterio dándonos una lección gratuita de jardinería en este país de ensueño.
Los baños termales son otra de las delicias de este centro y se pueden disfrutar a cualquier hora del día, incluso a medianoche. Esta es una faceta que comentaré cuando hable de otro onsen en donde estuvimos, más al norte y cercano a unas zonas volcánicas y en medio de un bosque.
Más tarde nos trasladaríamos al gran cementerio de Kôya, pero eso es otra historia que merece otro comentario aparte.