Sergio se levantó con inquietud. Sus sueños, que recordaba perfectamente al levantarse, le hacían despertarse siempre soliviantado. Ni las tilas que le recomendaba su madre le hacían efecto. Miró el despertador. Ya era la hora. Todos le habían fallado menos Felipe. Siempre confió en él. Era el único que le quedaba. Felipe era como su hermano, su alma gemela. Sacaría la cara por él sin excusa alguna. Le llamó a primera hora de la mañana para quedar allí y hablar del asunto con el encargado.
-¡Ah! ¿No te lo había dicho? Hoy no voy al trabajo. Hoy libro.
Rogelio Sánchez