El crimen no fue premeditado. Iba a tratarse tan solo de un robo.
Que intensa la emoción cuando lo tuve en mis manos, el tacto de la curtida piel de su encuadernación y esa difícil caligrafía del 1600, El Libro Becerro, ¡resultaba tan fácil llevarselo! Pero igual de sencillo sería que me descubriesen. Y entonces lo hice, arranqué una de sus centenarias páginas y salí con ella guardada en mi pecho.
Domínguez