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Tinto de verano: Los enamoramientos

Publicado por Javier El 29/06/2014 a las 6:45 Un Comentario

Uno es consciente del paso del tiempo. Es consciente del deterioro de las estructuras y del declive personal. Lo cual acepto con dignidad. Y resignación. Pero, con ello, van otras peculiaridades que se potencian y suelen pasar desapercibidas. Cuando uno es joven se enamora perdidamente de lo superficial, esto es, la piel y el sexo esporádico. Con el paso del tiempo esas apetencias van siendo más internas, más sublimes, más tranquilas. Al pedir hora al fisio el otro día le propuse un final feliz. Aceptó con mutismo y dudas constatables a través de la línea telefónica. Al llegar a casa se dio cuenta de que lo que tenía preparado para después del ajuste muscular era una deliciosa cena a la luz de las velas con una buena música y punto. Los placeres de la vida cambian con el paso de los tiempos. Y los enamoramientos pues lo mismo. Aunque, a tenor de ser sinceros, siempre he sido algo rarito. Tuve un amante en mi juventud -llamo juventud a la época en que el ser humano tiene entre 20 y 30 años- que era pianista de un grupo de jazz. Me deshacía viéndole tocar el teclado de su piano mientras todos los demás instrumentos enmudecían en mi interior. Las entradas de los conciertos me salían caras ya que sólo tenía oídos para mi pianista. Cuando me saturé de la música pasé a la pintura, que fueron los años de visitas múltiples a museos con un experimentado pintor de coloridos óleos. Aún conservo alguno de ellos en casa. De ahí a la fotografía, escultura, cine y demás artes. No es que fuera promiscuo, ¡Dios me libre!, simplemente era un enamorado de las artes. Y es que hay tantas…
En un viaje a Londres con un amigo hace muchos años, recalamos en la primera mañana en un bar enfrente de nuestro hotel para desayunar. Soy de café solo y punto, por lo que no suelo coger la opción de desayuno incluido ya que me sale el café a precio de oro. Y si es inglés encima peor ya que es aguachirle lo que ponen, aunque digan que es café americano. Cuando llegamos al bar para desayunar, y debido a la suave llovizna que caía, nos sentamos dentro. El camarero, moreno y alto, con un rostro muy masculino, se acercó y nos preguntó qué queríamos desayunar. Pero lo que yo oí en sus labios fue una música celestial. ¡Qué voz! ¡Qué modulación! ¡Qué morbo a la hora de decir su “morning”! Y no digo nada cuando le pregunté qué tenía para acompañar el café. Nunca los nombres de los dulces y pasteles me habían sonado tan sensuales. Derretido me tenía. Le pregunté si la leche era caliente o fría, los tipos de mermelada, los pasteles típicos, los diferentes zumos, un vaso de agua, horas de apertura y cierre… Ya no sabía que preguntar para oír esa impresionante voz grave que me tenía atrapado. Volvimos todos los días, mañana, tarde y noche. Como podéis apreciar, soy un amante de las artes, sean cuales sean. El arte me pierde. Y esa vez fue el canto. Aunque la experiencia me salió algo cara, me dejé casi todo el dinero que llevaba encima y no pude traerme prácticamente ningún recuerdo de la ciudad. Eso sí, volví a casa con varios kilos de más.
(Dedicado a mi admirado Javier Marías)


Una respuesta hasta ahora.

  1. jorge dice:

    Fantástico. Me gusta tu fino sentido del humor. Te seguiré.