Impertinencias
Carlos Clavería Laguarda
Ediciones de andar por casa
114 gloriosas páginas
Edición venal
El otro día vi en la mesita que mi madre utiliza para los mandos de la tele, las infusiones en invierno y el granizado de mantecado en verano, un libro de Care Santos. Hojeé una página al azar, y luego los ojos no dieron crédito y las neuronas no dieron réditos. (p.105)
Llegó la hora.
Antes, para ser un autor maldito, un marginal, alguien decadente y extraño, tenías que comportarte como Rimbaud, como Dorian Gray, como corresponsal de guerra en Guyana, como un excéntrico de Lavapiés y dominar una gramática complicadísima. Hoy, para sentirse un extraño en el mundo de las letras es suficiente con utilizar una formula elemental: sujeto, verbo y amiguitos del verbo. (p.104)
Tal como os amenacé hace tiempo, varios acontecimientos han ocurrido en mi vida. Acontecimientos concatenados, añado, el uno con el otro y con el siguiente. Irremediablemente concatenados.
He optado por jubilarme. Ya tenía la edad y la cotización.
Y me he jubilado.
Ese ha sido el punto de partida de la hecatombe de hitos de las últimas semanas.
Lo que vino a continuación ha sido (por orden de aparición): devolución de obras a editoriales, rechazo de obras de editoriales porque se empeñan en que se han pasado de fecha -¡clásicos de la literatura desfasados! ¡Increíble!-, cierre de la librería, baja de autónomos, alta como pensionista, ajuste de cuentas con editoriales y distribuidoras, celebrar la salida de la tercera edición de mi novela (ni me lo explico), de nuevo devolución de obras que me han quedado a fin de año, de nuevo un nuevo rechazo de las obras que me habían quedado a fin de año (y lo de la repetición), comprar una cápsula para el tocadiscos, vender estanterías, fregar el suelo de la librería (que este año tocaba), recolocar los muebles que han quedado, recibir las visitas de clientes llorosos, recibir a otros clientes que después de un año de anunciar que me jubilaba les ha pillado por sorpresa (buenos clientes de los que vienen en años divisibles por trece), montar lo que va a ser mi estudio de escritura, cerrar la contabilidad, dormir.
Y así hemos llegado al día de hoy, 1 de febrero de 2021.
Punto final y comienzo de nuevo renglón vital.
Ahora:
—La página se llama El rincón de Javier.
—Me dedicaré a escribir sin ataduras.
—Haré Pilates a la hora que me plazca.
—Tendré un sitio de escritura como Dios manda y sin interrupciones de clientes que vengan a preguntarme por el Pronto o si «tengo fotocopias».
—Dispondré de tiempo para cocinar o irme de vacaciones sin que me lo echen en cara, y holgazanear.
—Acabaré el Zelda para la Wii de una puñetera vez.
—Y lo más importante: leeré lo que me salga de las narices, sin ataduras ni obligaciones, y releeré todo aquello que guardé para una segunda ocasión, a causa de lo que me gustó la primera vez.
A resueltas de todo ello, comunico:
Impertinencias, una delicatessen literaria escrita por Carlos Clavería Laguarda, es una joya sin par.
O simpar, que nunca lo he tenido muy claro. (Sí, algunos me diréis que ambas son aceptables, lo sé).
Dicho esto, recomiendo la lectura sin dilación de esta pequeña maravilla de la ironía.
De su autor leí otra apreciable delicia, Un millón de libros vendidos, que me volví a leer cuando la acabé. Y que la recomiendo a todo lector con dos dedos de frente y que, aun seguidor de La isla de las tentaciones y de los Sálvame, tenga esos dos dedos de frente a los que aludía antes y quiera divertirse.
Impertinencias es una serie de cincuenta y nueve pequeños textos (creo que son 59, ya que la numeración viene en caracteres romanos y yo, que soy de ciencias, no entiendo mucho estas excentricidades de los escritores cultos), y que pueden leerse en el orden que le salga al lector de la parte colgante del bajo vientre (me refiero a lo de la bolsa escrotal, ya me entienden…).
Y ya está. ¡Para qué perder más tiempo!
P.D. Tiempo van a perder aquellos que quieran hacerse con esta obra (que recomiendo encarecida e imperiosamente) (emoticono de la risa). La edición, de 69 ejemplares numerados con un rotulador de un bello color azul turquesa, fue un obsequio del autor al que aquí escribe estas líneas, agradeciendo el trato que le di a su anterior novela. Mi ejemplar es el número 8. Aun así, aquí lo dejo, por si hay un hijo de su madre que se le ha ocurrido desprenderse de él en una de esas librerías de segunda mano y que compra al peso y vende a precios irrisorios verdaderas maravillas en medio de bestselleres y mierda en rama.
Dicho queda.
…Es la primera vez que una editorial me rechaza. Me lo he tomado muy bien, y con el espíritu propio de la sinceridad aragonesa he contestado a la vuelta de correo, entre otras fórmulas de agradecimiento y no pocas lindezas: «Entiendo perfectamente la decisión que han tomado, pues ya tiene bastante porquería en su catálogo, por lo que no es necesario añadir una más» (P. 110 o 68, no lo tengo bien claro).
Exlibrero y sempiterno bibliófilo, Carlos Clavería Laguarda (Caspe, 1963) ha dedicado su vida al estudio y al comercio del libro antiguo. Fruto de esta vocación son algunas publicaciones en las que ha investigado casi todas las facetas de la producción libresca, desde la encuadernación (Reconocimiento y descripción de encuadernaciones, 2006) hasta la recepción (Humanismo e imprenta incunable, 2009), profundizando en cómo se coleccionaban (Contra la bibliofilia, 2015), cómo se compraban (¡Cuánto cuesta leer!, 2017), cómo se componían (Los correctores: tipos duros en imprentas antiguas, 2019) y cómo se almacenaban (Libros, bibliotecas y patrimonios, 2019) los libros antes de la llegada de la industria cultural de masas. Entre sus obras cabe destacar una detallada biografía de Erasmo de Rotterdam (Erasmo, hombre de mundo, Cátedra, 2018) y traducciones de autores de la talla de Pavese, Gramsci, Machiavelli y Berto. Unos días vive en la periferia rural de Bolonia, otros los vive en Caspe.
P.D.2: ¡Pero qué hacéis leyendo hasta aquí! ¡Salid corriendo a haceros con él, que bien os vale!
Qurido Javier, cuanto me alegro que por fin hayas conseguido echar el cierre, no a la tienda, que eso es facil, sino al negocio, a las cuantas, a las editoriales y a la Seguridad Social, pues a mi me costo un trimestre de papeleos el poner al dia mi jubilación.
Lo que no es de recibo, es que nos pongas los dientes largos, recomendandonos un libro que es imposible de comprar,… ni siquiera en Amazon. Comprendo que la venganza del librero se sirve fría, pero creo que te has pasado tres pueblos.
Un abrazo pandémico, y sigue con tu blog, pues es la única forma de seguirte la pista.
Ja, ja, ja.
Lo siento mucho.
Es verdaderamente una joya y es por lo que si hay algún desaprensivo que se haya deshecho de él (hijos de su madre hay en todos lados), no dudéis en comprarlo al precio que sea.
Nada es imposible.
Un fuerte abrazo y hasta pronto.