El rincón de Javier

Libros y algo de Jazz


The Köln concert
Keith Jarrett
ECM Records
Doble disco de vinilo
Versión digitalizada en 1 CD
Grabación en el Opera House de Colonia
1975

«El Köln Concert hay que escucharlo. Hay que tenerlo. Como dijo una vez un tipo del que no recuerdo el nombre ahora, hay algunos discos que no pueden faltar en una casa; y si faltan, es que no se trata de una casa demasiado respetable. Köln Concert es uno de ellos» (Lito Vitale)

El Köln Concert de Keith Jarrett es quizás el disco de Jazz más vendido en la historia.
Su grabación transcurrió en el Opera House de Colonia (Alemania), el 24 de enero de 1975
Este concierto fue concebido como una gran obra de improvisación pianística dividida en tres partes.
Estas tres partes, por cuestiones técnicas de grabación del disco de vinilo de la época, fueron estructuradas en cuatro, que dando la parte central de la obra fragmentada en dos. En el primer disco se incluía el primer movimiento y mitad del segundo, y en el segundo disco la finalización de dicho  movimiento y la breve parte final, de siete minutos, que cierra el concierto.
En tiempos actuales existe una versión de este doble disco en formato digital en un solo CD, que incluye el registro analógico sin remasterizar, y que conserva los cuatro diferenciados fragmentos del original analógico.
La música que en él encontramos es un compendio de improvisaciones sobre tres temas básicos.
Keith Jarrett, con formación clásica y amante de la etapa romántica, nos ofrece unas variaciones
casi ilimitadas sobre cada uno de esos tres temas. A veces la melodía es romántica, sensual y como si el piano susurrara al oyente, otras veces es claramente cantabile, con las notas declamando una hipotética letra invisible, aunque a veces la música se vuelve atronadora y totalmente plagada de efectos de Blues y Jazz.
A los 45 años de su grabación, bastante accidentada, se ha convertido en un mito de la música de Jazz, no perdiendo la frescura del momento de su grabación y continuando sus ventas y reediciones cada año.
Reproduzco el gran reportaje que escribió hace poco Eduardo Slusarczuk para el periódico Clarín.

Cuando Keith Jarrett llegó al edificio de la Ópera de Colonia, a pocos metros de la margen derecha del Rin, la fría noche del 24 de enero de 1975, todo estaba preparado para que su presentación en una de las ciudades más grandes de la entonces Alemania Occidental fuera un absoluto desastre.
Con sus 29 años a cuesta, el pianista estadounidense llegaba respaldado por su paso por la banda de Miles Davis, con quien grabó Live At the Fillmore y Live Evil, tras su paso previo por la formación del saxofonista Charles Lloyd, y por la grabación de Facing You, un álbum en el que registró improvisaciones en formato de solo piano.

Fue precisamente esa exitosa primera experiencia artística compartida, la que impulsó a Manfred Eicher, el creador del flamante sello ECM Records, a planear una gira de conciertos del pianista basados en improvisaciones. Bergamo, Berna, Génova, fueron algunas plazas en las que Jarret desplegó su mezcla de performance casi atlética con músicas de una notable profundidad espiritual.

«No pienso que yo pueda crear, pero sí puedo ser un canal para la creatividad. Creo en el Creador, por eso, en realidad este álbum es una obra suya a través de mí, con la menor intervención consciente posible en el medio», escribió en el libro interno del álbum triple Solo Concerts: Bremen/Lausanne, publicado en 1973.

Pero esa vez, además de sus pocos años y mucha espiritualidad, Jarrett cargaba también con unas cuantas horas de manejo a través de los casi 600 kilómetros que separan a Zurich, su punto de origen, a la ciudad Renania del Norte; y varias noches de poco dormir debido a un insoportable dolor de espalda que lo obligaba a usar una especie de tiradores a modo de soporte para su columna.

Y para nada ayudó el panorama con que se enfrentó al llegar. Allí, pese a los esfuerzos de la promotora del concierto, Vera Brandes, una adolescente de apenas 17 años, el piano Bösendorfer 290 pedido por el artista nunca llegó a destino. «Hey, este Bösendorfer que está acá no tiene el tamaño correcto, y suena como si fuese un clave eléctrico», contó alguna vez Jarrett que se quejó apenas vio el instrumento, y que enseguida se dio cuenta de que no había solución posible, porque el camión que lo había llevado ya se había ido.

Así las cosas, el músico decidió que, con todo dispuesto para grabar el concierto, no había más remedio que seguir adelante, y optó por cenar en un restorán italiano. «Por alguna razón, nos sirvieron al final. Yo era el que en una hora tenía que estar tocando, y aún no me habían traído la comida ni la bebida», recordó años más tarde Jarrett, quien además confesó que lo que le sirvieron estaba lejos de ser un buen menú.

Fue entonces que, con los ingenieros ahí, esperándolo con sus equipos, recordó que se dio ánimo: «Voy a hacer esto. Lo voy a hacer». Y que con el puño en alto, camino al escenario desde el backstage, lo miró a Eicher y dijo algo así como: «¡Poder!»

Lo que pasó después fue la maravilla del arte y la genialidad. Frente a las casi 1400 personas que habían pagado sus entradas a razón de 4 marcos alemanes (1.72 dólares), desde el mismo momento en que Jarrett hizo sonar la primera nota todo se transformó en una celebración de la inspiración y el talento.

«Daba la sensación de que todos en el público estaban allí para vivir una experiencia tremenda, y eso hizo que mi trabajo fuera más fácil. Lo que sucedió fue que con ese piano, estuve obligado a tocar de una manera diferente. Mi sensación era: ‘Tengo que hacer esto, lo estoy haciendo. Me importa un carajo cómo suena el piano. Lo estoy haciendo’. Y lo hice», explicó Jarrett a Don Heckman, periodista especializado en jazz, que escribió en The New York Times, Down Beat y Jazz Times, entre otras grandes publicaciones.

Fueron, primero, 26 minutos; luego otros 48, divididos en tres partes. Una hora y cuarto a lo largo de la cual el artista convocó al jazz, a la música clásica, al pop, el blues, el folk y el gospel, géneros que nunca llegaban a definirse de manera absoluta y entre los cuales sus fraseos fluyeron con una naturalidad asombrosa.

El plan se repetía en su estructura, pero no en su construcción. El punto de partida era la búsqueda de un patrón rítmico rítmico y una secuencia de acordes con los cuales Jarret creaba una base, una plataforma de despegue para echarse a volar; una, dos tres, infinitas veces… Y en ese viaje inventó melodías fantásticas, percutió, sorprendió, canturreó, emocionó, gritó, quedó a la deriva, abrió una nueva senda, rockeó y conmovió… Y vuelve a hacerlo cada vez que el disco es puesto a sonar.

«Cuando hay escucho The Köln Concert, encuentro largos pasajes en los que podemos dejar que la imaginación eche a volar con la seguridad de que, cuando volvamos a prestar atención, no nos habremos perdido nada», cuenta el periodista Peter Rüedi en el libro Tocando el horizonte – La música de ECM, que Jarrett le dijo en 2003.

Al final, cuando el silencio envolvió su lenta, lentísima, despedida, los aplausos duraron uno, dos minutos, y sólo quedan recortados en el disco por obra y desgracia del fade out, pero vaya a saber uno por cuánto tiempo más se extendieron.

En todo caso, la extensión de esos aplausos fue la repercusión que tuvo el disco The Köln Concert desde su publicación, el 30 de noviembre de 1975. Casi cuatro millones de copias vendidas lo convirtieron en el álbum de piano solo y el disco solista de jazz más vendidos de la historia.

Para el final de los ’70, el músico había publicado una decena de discos grabados en vivo, había pasado por el popularísimo late show Saturday Night Live y se había transformado en una especie de estrella de la música, al mismo tiempo que en una suerte de faro espiritual. Categorías ambas, que quedan a la sombra una dimensión artística que en The Köln Concert manifiesta uno de sus puntos más altos.

«Dar conciertos en solitario es lo más parecido, a mi entender, a una formidable sesión terapéutica de autoconocimiento. Si no resultara tan deprimente, me atrevería a confesarte cuál es la receta infalible para dar un concierto en solitario: tengo que estar agotado, o loco, o haberme pasado todo un día viajando. Colonia es un buen ejemplo. Creo que nunca estuve más cansado ni más confuso, y tenía entre manos un instrumento espantoso. Y, sin embargo, ¡tal vez haya sido el mejor concierto de mi carrera!».


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Librero sin remisión. No sé hacer otra cosa que hablar de libros y escritores.

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